¿Y Si Todos los Empresarios lo Hicieren?

En la prensa del fin de semana, se destacó el generoso aporte de las empresas Yarur para financiar las obras de reconstrucción de la Catedral de la ciudad de Linares, en la Región del Maule, lamentablemente afectada por el terremoto de hace un año. El edificio, que forma parte del escaso y cada vez más deteriorado Patrimonio Cultural de nuestro País, vuelve a ser el lugar de encuentro y oración para la feligresía local. El hecho, remonta nuestra memoria hacia mediados del siglo pasado, 1940, con los ascendientes de esta familia de origen árabe, ligada a la industria textil que marcó toda una época en el desarrollo económico.

La fábrica Yarur, la más grande en su tipo en el continente americano, no solo es recordada por la calidad de sus productos y las características de sus propietarios. Hasta hoy existen las viviendas que se construyeron para sus operarios, de un estándar que ya se quisieran muchas poblaciones obreras del mundo. Lo cierto es que los Yarur, provenientes de una cultura arquitectónica ancestral, la aplicaron en la propia industria, “bien pensada” para el objetivo central: producir telas de la mejor calidad, pero cuidando a sus trabajadores y operarios.

En efecto, las impecables instalaciones contaban con calefacción central y un sistema de aspiración de “pelusas” que mantenía protegido a todo su personal. Los pisos, entablados de madera sobre radier, brillaban como en un salón de baile y los servicios higiénicos, impecables, como de un palacio oriental. Don Juan Yarur, según reportaje de la revista Fortune, encargó a sus arquitectos de la firma Bolton, Larrain y Prieto, viviendas para cada uno de sus trabajadores, “pero no quiero viviendas obreras, sino casas donde ellos se sientan agradados de vivir, con su jardín y patio”, dispuso el empresario.

Además, los conjuntos contaban con juegos infantiles, plazas, estadio con cancha para el futbol, sala de actos, cine, escuela técnica y una clínica de primeros auxilios, atendida por profesionales de origen árabe. Una verdadera mini ciudad, que permitió al millar de trabajadores de la empresa, contar con su casa propia, además de un trabajo estable y productivo. Se nos escapa agregar que los mejores estudiantes que egresaban de la escuela, recibían beca para estudiar en la Universidad Técnica Federico Santa María de Valparaíso.

Todo un ejemplo para las nuevas generaciones de empresarios chilenos, que nos entregaron estos inmigrantes, llegados desde “el otro extremo del mundo”, cuyos primeros integrantes recorrieron el territorio nacional, abasteciendo poblados y villorrios, dando origen a toda una legión de emprendedores que, hasta el día de hoy, “hacen patria” lejos de la tierra de sus antepasados, como muestra del tremendo apego y cariño que le han tomado a la que les cobijó y ofreció las posibilidades de desarrollarse y crecer, como sucede hasta hoy. MC

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